Todos sentimos la presencia opresiva de las reglas, tanto escritas como no escritas, es prácticamente una regla de vida. Los espacios públicos, las organizaciones, las cenas, incluso las relaciones y las conversaciones casuales están plagadas de regulaciones y trámites burocráticos que aparentemente están ahí para dictar todos nuestros movimientos. Denunciamos que las reglas son una afrenta a nuestra libertad y argumentamos que "están ahí para romperlas".
Pero como científico del comportamiento, creo que el problema no son realmente las reglas, las normas y las costumbres en general, sino las injustificadas. Lo complicado e importante, quizás, es establecer la diferencia entre los dos.